martes, 11 de mayo de 2010

Actualización en etología urbana I. La elección del asiento en el metro.

Hoy, mientras me dejaba llevar hasta la facultad en el metro, he vuelto a dar vueltas sobre un tema recurrente que no por serlo pierde su curiosidad. Cada vez que hacemos un viaje en el metro asistimos sin reparar demasiado en ello a una demostración de costumbres sociales, simplemente relacionadas con la posición en un ambiente dinámico y bastante cerrado.

Primero, llegados al andén, si tenemos tiempo, nos colocamos normalmente allá donde va a parar el vagón que más cerca quedará de la salida que vamos a tomar al bajar. Tenemos que tener en cuenta que es así si vamos solos. Si al contrario, somos un ente plural polipersonal, otramente llamado grupo, de dos o más personas, entonces intentamos llegar a una solución de consenso para quedar todos lo más cerca posible de las salidas convenientes para cada unoo. Todo un ejemplo de mediación cotidiana, la verdad.

Después llega el tren. Si hay vía libre, entramos relajados al vagón, si hay mucha gente, entonces el colapso de las puertas se hace evidente: personas que no respetan la salida de los pasajeros, entrañables señoras que pelean con la multitud por la pole position, y nihilistas que prefieren ser los últimos antes que formar parte del tumulto. Los demás, los más normales, quedamos normalmente en medio.

Entonces, llega el que es para mí el momento cumbre. Recién subidos al vagón, escogeremos dónde colocarnos. El algoritmo si se va acompañado en este caso es sencillo: si hay asientos juntos para todos, a sentarse, y sino, y el físico y las ganas de charlar acompañan, de pie en un sitio con suficiente espacio.

Otra situación muy diferente es estar solo. En este caso, cada uno se rige por su código ético. Un servidor primero se debate en su propio cansancio: si estoy derrotado, competiré por un asiento con mis colegas viajeros, si estoy de humor y en buenas condiciones físicas, me procuro un espacio vital suficiente como para dejar mis bártulos y evitar a todos aquellos viajeros que no saben sobreponerse al movimiento oscilatorio del vagón y acaban arremeiendo desaprensivamente contra los inocentes transeúntes que tienen en su radio de expansión deflagratoria de pisadas, braceos y disculpas apresuradas y nerviosas.

Hablemos de la disputa de los asientos. Primero, una mirada alrededor para tantear el terreno, por si hay alguien que puede necesitarlo más que tú. En caso afirmativo, se le llama la atención y se le intenta ceder amablemente un lugar donde aposentarse. En caso negativo, es momento para los instintos: mirada primero al asiento y después inquisitivamente alrededor para encontrar los posibles usurpadores del puesto deseado.

Si encontramos oposición visual, el ambiente se torna tenso en una fracción de segundo, y gana el más alfa. de los machos. Es fundamental intimidar con la mirada y hacer un gesto físico de aproximación hacia el asiento antes que el rival, en caso contrario, la batalla está perdida. Acto seguido, podemos esbozar una sonrisa con regozigo, dirigirle una mirada al perdedor, y disfrutar de la flexión corporal al ritmo preferido por el usuario. Si la batalla ha sido dura, podemos ser ostentosos y dejar caer nuestras posaderas lentamente cual escoliótico o amigable ciudadano de la tercera edad.

Y podríamos seguir glosando sobre mil otras formas de disputarse las posiciones en el metro, pero lo dejaremos para otra actualización.

Claro queda que el anuncio de tMB donde dos adolescentes flirteaban en el metro es francamente bucólico en comparación con lo que nos encontramos en el día a día.

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