lunes, 26 de abril de 2010

Fragmento cortical.

Hacía tiempo que no me daba por escribir. Qué pecado. De golpe he sentido la imperiosa necesidad de inspirarme y redactar un fragmento de abstracción mental. Qué serálo que ocupe este viaje a mi mente bizarra? Quién sabe.

Empecemos por reflexionar un momento. Qué puede haberme llevado a querer escribir? Probablemente sea la ausencia prolongada de conversaciones profundas de verdad. Tal vez, por otro lado, sea esa extraña sensación de vació parcial, de estar incompleto, de necesitar saciar mi cuerpo y mi mente con todo aquello que pueda y nunca quedar lleno del todo.

Porque, la verdad, siempre que analizo esto me parecen minucias de postadolescente inmaduro, y me da rabia no ser capaz de tomar un rumbo con un objetivo fijo y claro. Es frustrante y a la vez penoso no tener realmente claras unas metas bien definidas, diáfanas, que me permitan encarar cada día con ganas y espíritu de hacer lo que toca para que todo vaya como es debido.

No, en vez de eso, me vuelvo una marmota redomada, duermo hasta la saciedad o bien hasta los límites de lo posible, divago y me diversifico en mil planes que tal vez sean insulsos, tal vez lo suficientemente satisfactorios, pero siempre el mismo deprimente resultado. “Falta algo”.

Y llegados a este punto, ¿qué me puede faltar? La verdad es que ni yo mismo ya puedo intentar solucionar esto, y me encantaría poder esconderme bajo las sábanas y esperar despertar al día siguiente con la mente despejada y consciente de qué es lo que va a ser importante a partir de este momento.

Es muy fácil seguir la dinámica de la simplicidad para eludir el debate interno y las verdaderas necesidades del ego, y abuso de ello con demasiada normalidad.

Ni el materialismo, ni las relaciones personales, ni la dedicación académica...

Entonces, qué coño nos queda? Esperar a que baje la virgen? Tal vez.

Creo que me acercaré al templo religioso más cercano para pedir un consuelo fácil que me evite cuestionar estas cosas de nuevo y así poder abusar de la simplicidad sin remordimientos.

La postadolescencia en sí es un hecho que me fascina. Hoy día las cosas parece que cambian, y aquellos que durante la que debería haber sido su “edad del pavo” fueron responsables, estudiosos y/o asociales, con la asunción de responsabilidad y libertad que comporta la entrada al mundo universitario de pronto entran en ella con peores consecuencias teniendo en cuenta el abanico de posiblidades que tienen.

Una jornada llena de horas para desparramar, un carné de identidad que les permite el acceso a las drogas legales con total impunidad, una madurez sexual suficiente como para promover su promiscuidad hasta límites insospechados. Una sociedad libertina amiga del desparrame y del desfase nocturno, y más en una ciudad como Barcelona, donde de día se vive con prisas y de cara al trabajo, y de noche se vive la fiesta sin complejos.

En momentos como este, me planteo si realmente hubiera salido más a cuenta ser un despendolado fumador de porros a los catorce y después haber virado hacia la estabilidad, la normalidad y la responsabilidad al entrar en la universidad por los pelos. Quién sabe, tal vez en algún universo paralelo sea así.

De todas formas, hay que admitir que esto de la postadolescencia no está nada mal vivida en carnes propias, y nunca mejor dicho, aunque después se puedan lamentar mayores problemas de salud. El pretexto del “todo vale” se eleva a imperativo categórico para los universitarios con ganas de quemar su juventud a su propio ritmo.

No existe una posible necesidad de romper com la rutina porque ésta simplemente no existe, y tal vez este sea el verdadero problema.

Puede que mañana vaya a comprarme una para poder tener ganas de saltármela y así acabar con estas divagaciones.

Buenas noches, es hora de apagar el córtex.